18 SEGUNDOS

Hoy quería retomar el blog con un artículo escrito por mi amiga J, que esta introduciéndose en el mundo de la escritura. Espero que lo disfrutéis!

El título podría hacer referencia a cualquier anuncio característico de nuestro tiempo: “y podrás conseguirlo.. ¡en tan sólo 18 segundos!”
Puesto que vivimos en el tiempo y todo circunda a su alrededor, la rapidez es fundamental en una era tan cambiante. Precisamente esta rapidez se muestra en la precisión, puesto que son 18 y no 23; segundos y no minutos u horas, fundamental para realizar cualquier tarea.
Dependemos del tiempo, pues en el día a día necesitamos un despertador, un horario de trabajo, conocer la duración de una película, para recordar que la vida está programada “a su gusto”. En nuestro caso, la poca duración podría producir un gran estrés, puesto que cada cual necesitaría “tomarse su tiempo”.
Aplicando esto al trabajo, hoy en día con la mejora de la tecnología, ha hecho posible esta precisión y rapidez propias de los trabajadores que hace unos años tenían que conseguir por sí mismos. En esos años, no tan lejanos, el trabajo en serie, aún aceptado en nuestra era, era el más eficaz, puesto que cada trabajador contaba con un tiempo determinado para montar una pieza o atornillar un tornillo.
Pero en el caso que sea, siempre se intenta conseguir la mayor rapidez. La pregunta es: ¿es necesaria tanta rapidez?
Pensemos en el cine. Para muchos este arte es desconocido, y otros, se conforman con el cine moderno, en el que predomine la acción, el terror o la comedia barata. En todas ellas se busca mantener la atención del espectador; todo ello marcado por el tiempo; con coches saltando por los aires, la constante tensión, escenas rápidas, inesperadas. En resumen: la minuciosidad de detalles ha desaparecido, pues resulta lento, aburrido. Cabría preguntarnos, ¿cómo pudo Tarkovsky mantener la atención de sus espectadores sin un Terminator?
La respuesta radica en que conforme la tecnología avanza, el público exige más, pasando del blanco y negro al color y a los efectos especiales. Sin embargo, esa exigencia es superficial, pues el contenido es superfluo. La espiritualidad desaparece. Y el vacío de los diálogos, de las escenas y de la actuación de los personajes se llena en las butacas.
El ritmo se ha adueñado de nuestras vidas, quizá por miedo a la anarquía, a un mundo en constante cambio, a la abundancia de información y de libre elección.
Y puesto que la música se basa en el ritmo, es otra forma de aislamiento. ¿Quién se atrevería a negar que no escucha música a todas horas?
Podríamos concluir que ¡Dios ha muerto!, pero se ha convertido en Cronos, el Dios del tiempo, que todo lo devora.

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